Tercer Encuentro
Como de costumbre a partir de las 19:00 disminuye mi entusiasmo por el trabajo, porque generalmente estoy cansado, aunque nunca completo totalmente mis obligaciones y dejo algo pendiente para el día siguiente, lo cual me mortifica, pero ese día ya había completado todo incluso la tarea de archivo que me impongo como una rutina diaria. Como el personal dependiente todavía estaba trabajando y la música que estaba escuchando me dejaba algo adormecido, me puse a jugar uno de los juegos de carta que tiene el computador y se pasó el tiempo sin darme cuenta que todos los empleados se despedían con el típico: “hasta mañana jefe”. En ese momento recordé que tenía mucho por escribir de los encuentros con mi amigo el Ser Chiquito. Ingresé al archivo que contenía mis notas, repasé lo último escrito y continué con el relato. No sé cuánto tiempo estuve en eso, pero como es algo que me apasiona continué, incluso borrando el cansancio que tenía antes de iniciar esa tarea. En un momento determinado, mientras escribía concentrado, vi a mi amigo el Ser Chiquito haciendo malabares entre mis dedos de la mano izquierda y muy sonrrizo me miraba haciendo señas de que me detenga. Le hice caso y lo salude. –Hola, ¿cómo te va?– él me respondió. –Muy bien –¿y vos?, –yo igual.
Se sentó en una de las teclas, mientras yo me estiraba para ponerme cómodo. Se lo veía muy bien vestido como para ir a una fiesta y me animo a decir que hasta estaba perfumado, con una loción muy agradable, parecida a la que estoy usando yo y que me regaló Carlitos. Me dijo, –He venido con ideas muy bonitas, que espero te sean de utilidad para la trascripción de lo que estás haciendo. –Todo lo que yo te cuente será en forma telepática, pero esta vez además nos conectaremos al computador, como si los dos tuviéramos la facultad de manejar rayos infrarrojos y que todo lo que pensemos se plasmará en el disco duro haciendo uso del Word, que alimentará inmediatamente tu archivo y lo único que tendrás que hacer en este momento, es ponerle un titulo que puede ser “tercer encuentro”. Hice lo que él me dijo y después vi que en la pantalla aparecían los caracteres de lo que él me comentaba, pero desde luego que lo que se escribía era a tanta velocidad, que no podía leer, pero como su voz, sí estaba sincronizada a nuestra comunicación telepática, lograba captar lo que me decía. Me hizo una aclaración antes de continuar. –Esto que estamos haciendo, después lo debes repasar, porque puede ser que estemos cometiendo errores ortográficos o gramaticales, que ya serán de tú responsabilidad cuando te toque hacer la corrección.
Me comenzó a hablar de la familia de mi abuelo Claudio, que pertenecía a una familia que radicaba en un pueblo de La Paz, que se llama Sorata. Su madre se llamaba Isabel Rodrigo Soria Galvarro y estuvo casada, en primeras nupcias con el Sr. Isaac Mejía, el mismo que murió en un accidente y dejó su mujer y sus bienes a un amigo, que se llamaba Samuel Tejerina Aliaga, que contrajo matrimonio con mi bisabuela y tuvieron varios hijos. De los hijos de mi bisabuela dos llevaban el apellido Mejía, de su primer marido, mi abuelo, que se llamaba Claudio y una hermana, que se llamaba Maclovia, quien a la edad correspondiente se casó con un señor de apellido: Arteaga, que también vivía en Sorata y se quedaron a vivir en ese pueblo que es un primor. Los otros hijos de mi bisabuela Isabel, que apellidaban Tejerina, fueron varios. Mercedes que se casó con un Guillermo Arguedas, que murió en la guerra del Chaco, Samuel, que murió asesinado en México, casado con Teresa Peñaranda, que era militar y que cuando lo asesinaron estaba en misión diplomática, pero que como era político desapareció sin dejar huellas, tan sólo los caballos, que trajeron junto con su cadáver y que fueron repatriados por orden de la presidencia de la república, que si no me equivoco era en el gobierno de Busch. Otro de los hermanos, se llamaba Rogelio y el se casó con Hilda Raigada. Otro de los hermanos, que murió trágicamente, se llamaba Hugo, era casado con Carmela Hernández. A ese lo hicieron desaparecer en el gobierno del Dr. Víctor Paz Estensoro, él también era militar y dijeron que su muerte fue por motivos pasionales (era muy mujeriego). El último de los hermanos, le apodaban: el fiero, porque en chico había sufrido de viruela loca y le dejó rastros en la piel. Su nombre era: Juan Jorge, ése era casado con Encarnación Román. Era un hombre que tenía unos ojos azules, de una tonalidad muy bonita, claro que casi todos los miembros de esa familia eran de ojos claros, entre azules y verdes, es de ese lado, que genéticamente heredo yo el color de los míos, que se parecen de alguna manera a los ojos que tiene el Ser Chiquito.
Paralelamente a esta familia, se incubaba otra de la cual no tengo mucha información, es la que corresponde a mi abuela Juana Martínez Villegas, que fue criada por una tía, hermana de su padre y los miembros de esa familia nacieron en Sucre (Chuquisaca – Charcas – La ciudad Blanca, o simplemente como la denomina mi padre “la ciudad de los chorizos”). Cuando llegamos a este punto el Ser Chiquito me propuso un nuevo experimento de comunicación, me ofreció que entremos al interior del computador y desde los circuitos demos las instrucciones, en lugar de utilizar nuestro poder infrarrojo. –Le dije que tenía miedo no poder retornar a la realidad, a lo cual él se río bulliciosamente y me dijo: –No te olvides que los tiempos que manejamos en nuestra comunicación son tan mínimos, que rozan el entorno de la nada y que por lo tanto, ni siquiera existía la posibilidad de que estando adentro de los circuitos se termine la energía de la batería. Además estaba conectada a la red que alimentan la UPS y por lo tanto teníamos esa segunda protección. Tampoco teníamos posibilidades de sufrir daños eléctricos, porque la energía por la cual nos desplazaríamos era de tan baja impedancia, que el voltaje de 220 era imperceptible, incluso para insectos inferiores a las liendres. Nosotros asumiríamos un tamaño para el cual ni si quiera existe una denominación, porque tomaríamos tamaños inferiores a la millonésima de un micrón.
Acepté el experimento e hicimos el plan, con el cual nos dedicaríamos a describir algunas familias más o las ascendencias de las que ya hemos tocado en éste y los anteriores encuentros, pero que además visitaríamos las casas por las cuales yo había transitado en mis primeros años de vida e incluso en las casas que había transitado hace poco. De un salto se subió de la tecla a mi mano y sentí como un tirón, que no me produjo ningún dolor, pero si una sensación tan profunda que me sentí tan bien, quizá como se deben sentir los Ángeles en el cielo. De un momento a otro los dos teníamos el mismo tamaño y estábamos transitando por la fuente de poder de mi computador y a lo lejos divisábamos el circuito impreso que alberga la memoria ROM. Cruzamos por los canales que eran avenidas de oro y platino, de vez en cuanto sentía un cosquilleo que correspondía a los impulsos eléctricos de la estática que producíamos los dos. Después de pasar por el chip de esa memoria, pasamos a la memoria RAM. Mientras hacíamos ese recorrido conversábamos sobre temas técnicos, porque nunca había estado tan inmerso en la tecnología, que pensaba que la conocía, pero realmente, estar dentro de un computador es maravilloso. Después de no sé cuánto tiempo, pero mucha distancia, que la medía por la cantidad de pasos que daba, pero sin ningún cansancio llegamos al procesador. Éste era como un palacio, por el brillo y los lujos de comodidad que se percibían, pero al mismo tiempo daba la impresión que caminábamos por una tela de arañan, con una cantidad increíble de conexiones o nódulos. De alguna manera daba la impresión que no estábamos en un computador, más daba la impresión que estábamos adentro de un cerebro, en la parte donde se manejan las reacciones eléctricas de nuestro ser. Mi amigo, me hizo un guiño y se colgó de algunos de esos cables tan delgaditos, pero que eran luminosos y cambiaba de tonalidad, se quedó haciendo piruetas y en cada movimiento, esas fibras cambiaban de color y dentro del mismo color, de tonalidad, de intensidad y simultáneamente se escuchaban sonidos tan bellos, como si estuviéramos en una sala de conciertos y ensayaban los violines, los chelos y los bajos, éstos últimos, muy suavemente, pero simultáneamente se escuchaban acorde de flautas dulces, campanitas, clarinetes y de vez en cuando un tono agudo de corno o sensible de oboe, también me pareció escuchar timbales, tambores y marimbas que acompañaban cítaras, era algo imposible de reproducir. Me imagino que Dios vive en un ambiente igual, a momentos los acordes se combinaban y parecía que lo que se reproducía eran las cuatro estaciones de Vivaldi, pero al mismo tiempo se escuchaba a Mozart, con esa música alegre. Los coros parecían de Urubicha, o de los monjes que interpretan música gregoriana.
Después de un largo tiempo, que no se cuanto pudo haber durado, pero que dejó mi cuerpo elevado en la gloria y mi espíritu tan puro e imperceptible, que parecía que era intangible y sin embargo existía y estaba con mi amigo, él seguramente se sintió igual. Nos sentamos apoyados a algo que tenia el aspecto de una red de pescadores pero con tejido un poco más ralo y con hilos de un intenso color azul que de vez en cuando se iluminaban y daban la sensación de que por ellos circulaba algún fluido de energía, ese tejido al contacto de nuestro cuerpo tenia reacciones muy interesantes, parecía que de esos hilos emergían formas humanas, hice notar eso Chiquito y me hizo una explicación de cómo podía representar a las personas invocándolas, para que se presenten a nosotros con una presencia humana, hice la prueba y con gran sorpresa pude apreciar la presencia de mi bisabuela Eloísa. Era una personita de novela, viejita como la última vez que la vi, cuando fui a despedirme por mi viaje a Argentina y ella me regaló los cuellos almidonados de la camisa de su marido Manuel Muñoz. Como máximo medía un metro y medio, era gordita, con muy poquito cabello y totalmente blanco, la cara y sus manos muy arrugaditas, especialmente en el mentón y en los labios, casi no tenia cejas y las pestañas muy ralitas también estaban blancas, con lo cual sus ojos que más que azules eran celestes, con una mirada que aparentaba que los ojos eran ventanas, ventas por las cuales podías escudriñar su alma. Vestida totalmente de negro, con una blusita de cuello alto, una chompa tejida por ella o quizá por mi madre, una falda que llegaba casi hasta sus pies y un poco holgada, con unos pies muy diminutos y calzando zapatos de taco. El pelo recogido en la nuca con un moño muy pequeñito que tenía alma de alambre, en el cual liaba el cabello que tumbaba. Era tan real la presentación que tenía movimientos y hablaba, su voz con el timbre de una persona de su edad (más de cien años) era igual a la que había escuchado por última vez hace más de cuarenta años. Sus modales, pese a lo trémulo de su pulso y su caminar, eran de una persona que los años no habían doblegado su espalda y se mantenía erguida con la cabeza alta, una gran frente una nariz recta y los ademanes de alguien muy bien educada. Las palabras que me dirigió me dejaron paralizado y noté que estuve a punto de desfallecer de emoción. El Ser Chiquito me tomó del brazo y muy despacio al oído me dijo: –Tienes que ser valiente, esto no es un espíritu, es la representación de la inteligencia virtual que tiene este equipo de computación y los movimientos que estás notando, las voces que escuchas y la emociones que percibes son fruto de la conexión mental que en este momento tienes vos con el equipo, son tus recuerdos, no son fantasmas.
Que hermosa sensación, fue algo que me llegó al corazón, cuando se despidió la abuelita Eloisa, miré a mi amigo y él me dijo: –Puedes aprovechar de ver a todos tus seres queridos que ya no están en la tierra, solamente necesitas pensar en ellos y apoyarte a la malla, procurando apretar con tus dedos el máximo de hilos para transmitir tus sensaciones al módulo de inteligencia virtual y se concretarán tus pensamientos en los seres que en ese momento imaginas. La única condición es que pienses de una en una persona, para que no se produzcan confusiones de personalidad y puedas tener una mejor vivencia. Invoque en mis pensamientos a mi abuela Mercedes y se fue materializando poco a poco, el color de su piel no era totalmente blanco como el de la abuelita Eloísa, ella era más pálida y trigueña, sus cejas eran negras y las pestañas ligeramente onduladas, el cabello con muchas hondas y muchas canas que le dan un toque de dignidad, ella también se peinaba con moño, pero el de ella era más una rosquita que se asemeja mucho a la forma de peinarse de Evita Duarte de Perón, después de todo era contemporánea de mi abuela. Sus ojos eran negros muy intensos y puedo decir que tenían una manera de mirar similar a los ojos de mi padre, más que cariño lo que denotaba esa mirada era estrictez. Estaba vestida con un vestido enterizo de manga al codo, muy juvenil con botones al frente del pecho y un cinturón que hacia moña en la espalda; el timbre de su vos, también mostraba que era una persona culta, pero era fingido, usaba palabras rebuscadas y tenia un acento que se mezclaba entre peruano y argentino y pese a mostrar distinción de vez en cuando se le escapaba una expresión como, “que te tiro de las patas”, o algo un poco más fuerte, como: “la c… de la lora”. Era muy cariñosa en sus expresiones, por lo menos era lo que yo percibía conmigo y no con todas las personas, después invoqué al abuelo Carlos. ¡Qué emoción!, ver como se materializaba: Alto, esbelto, con una cabellera cana muy ondulada y muy bien peinada, con los bigotes delgaditos muy bien cuidados, lo mismo que la barba que era muy llena y bien afeitada, con las mangas de la camisa arremangadas. Se notaba que era un hombre de mucho vello, incluso el vello del pecho que subía por un cuello atlético se dejaba ver en el borde la camisa con un cuello muy, pero muy bien almidonado, con una corbata muy fina y en el chaleco una cadena de plata en la cual no estoy seguro si cargaba el reloj o las llaves, las manos con las uñas cortadas al ras, que denotaban mucho cuidado, limpieza y pulcritud, no sólo por los bordes muy finamente limados, sino también se notaba cuidado en las cutículas. Los dedos hasta la última falange muy velludos, pero en su conjunto mostraba un aspecto muy varonil y de alguien que además de trabajar en algo delicado (era contador) mostraba que era muy deportista y que era muy fuerte. Su caminar no mostraba lo mismo que sus manos, caminaba con las puntas de los pies apuntando en direcciones casi opuestos (algo parecido a Chaplin, sin ser ridículo) y su timbre de voz denotaba que era un hombre muy sensible y cariñoso, no era de mucho hablar, pero cuando se dirigía a mí lo hacía con un timbre tan dulce que me daba la impresión que su vos me acariciaba.
Aprovechando que estaba con esa familia, después del abuelo invoque a su madre, la abuela Clementina. Se me presentó una señora muy seria con una nariz muy pronunciada, con los cabellos muy largos, que los peinaba en trenzas muy gruesas, con lindo cabello entrecano, con un mayor tinte de negro, con las cejas y las pestañas negras y pronunciadas: La nariz aguileña y los labios delgaditos, también vestía totalmente de negro, pero además llevaba un mantón de lanilla con flequitos, que lo llevaba a la espalda y cuando hacia frío se cubría incluso los brazos y escondía las manos en su interior, ella también tenia las manos grandes como su hijo Carlos, era de poco hablar pero siempre que lo hacia conmigo era con mucho cariño y una demostración de ello eran los caramelos que sacando de los bolsillos de la falda, que era mas amplia que la de la abuela Eloisa y de una tela un poco más abrigada. Al contrario de la otra bisabuela y su hijo que siempre olían a algún perfume de flores, ella olía a tabaco porque siempre estaba con un cigarro entre sus labios. Era totalmente diferente a la abuela Eloísa, era más grande, de voz más gruesa por el cigarro, de cabello largo de ojos negros, de piel un poco más oscura que la mía y aspecto de una persona que se crió más cerca del pueblo, incluso tenía algunas expresiones muy típicas de La Paz. Era una persona, que de sólo verla inspiraba respeto. Después de ella invoque a tía Elvira, hija de la anterior y hermana de mi abuelo. Que mujer bonita y de dulces facciones, piel muy blanca con mucho rubor en las mejillas y los labios que sin pintarlos eran de color rojo sangre, con un cabello totalmente blanco, muy abundante y ondulado, con el adorno de uno que otro cabello negro que le daban un toque muy agradable a su rostro y muy especialmente su mirada esparcía cariño, hablaba casi igual a lo que hablaba su hermano, mi abuelo. También vestía de negro, pero la blusa ya tenia otros matices y si no me equivoco era de seda, pero con el color de su piel y la sonrisa que siempre estaba extendida para todos, se perdía lo serio del negro y se veía feliz. La bisabuela Clementina, tenia además otros dos hijos uno se llamaba José y el otro Emanuel, ese vivía en Santa Cruz. Tía Elvira tenía tres hijas Violeta, Blanca y Martita, que de primer apellido eran Gonzales.
No quise desaprovechar e invoqué a mi abuela Juana y se apareció una mujer morena, de cabello negro muy ondulado, con algunas canas, también peinado en moño, seguramente era la moda y la comodidad de llevar el pelo de esa manera. Le di un beso y el bello de su mejilla me hizo cosquillas, ella no era muy cariñosa, por lo menos conmigo, su preferencia era hacia los hijos de su hija Nilda, que eran mis primos hermanos, Fernando, Javier y Wilma. Mi abuela Juana tenia otros hijos a parte de mi madre, Lucrecia, tenía un hijo mayor que vivía en Sucre y si no me equivoco se llama Oscar y el apellido creo que era Oroza, después venían los hijos que apellidaban Mejía, el primero era Mario, padre de Gustavo, María que vive en Israel, Oscar que vive en Francia y Susana. Después de Mario viene Nilda que casó con Jaime Antequera y tiene tres hijos, Fernando que vive en Venezuela, Javier (fallecido) y Wilma. Sigue Fanny que caso con Hugo antelo y que tiene dos hijos Romel y Zulma. Por último viene Jaime (un tío muy querido) que tuvo dos hijos, Jaime y Yubi.
En ese momento quise invocar a más parientes de esa rama familiar (parientes por parte de mi madre) y aparecieron a mi mente dos nombre, invoqué primero a mi tía Mercedes (Michi), que era hermana de mi abuelo Claudio, pero de apellido Tejerina, era una mujer muy agradable en su trato, tenía un tono de voz muy particular de la gente de La Paz, era burlona, pero al mismo tiempo cariñosa, sus facciones eran bonitas y muy familiares los ojos con tonalidad de verde, el cabello castaño la nariz un poquito ñatita y respingada, se vestía en forma muy elegantemente juvenil y con ropa fina, además destacaba sus joyas, algo diferente a todas las parientes anteriores. Luego quise ver a tía Maclovia, que si no me equivoco era la única hermana con apellido Mejía, esa tía siempre vivió en Sorata y por lo tanto su forma de ser era mucho más sencillo, era muy cariñosa y todo el tiempo estaba pendiente de lo que uno quería y su forma más frecuente de halagar era invitarte manjares, como comida, entremeses o postres, también tenía siempre chicha morada muy fresquita, que la servía sacándola de una tinaja con una tutuma. Después de esta última visión le dije al Ser Chiquito que no valía la pena seguir viendo a más parientes, que con los qua había visto ya estaba muy contento y la experiencia cubría las expectativas, además ya sabía cómo hacer y por lo tanto en otra oportunidad podía usar ese método para retornar al pasado.
El Ser Chiquito me dice: –Ya que estamos en esta parte del computador, que es la que maneja la inteligencia virtual, podíamos experimentar otro método que te resultará tan interesante o quizás más interesante, que todo lo que hasta ahora hemos experimentado y que incluso para mi son experiencias nuevas y de las cuales sólo tenía referencias muy superficiales, porque son los lugares preferidos en los que me recluyo por mucho tiempo cuando no te estoy siguiendo, que aunque no creas desde que eras muy pequeño estuve contigo y conozco tu vida como la mía propia, al extremo de decirte que creo que Dios nos creó como seres paralelos. –Bueno dejemos de lado los romanticismos, que no he tomado nada de alcohol y estoy en el ¡yo te estimo…! –Lo que te decía es que al estar en la memoria virtual podrás ingresar por las casas y caminar por los lugares que lo hiciste hace mucho tiempo atrás y quizá esos lugares ya no existan, o cambiaron tanto, que si alguien quisiera corroborar su realidad, no creería los espacios que hemos compartido. Yo le respondí con el impulso de decir cosas cariñosas, pero le mencioné que tenía en mi recuerdo, tan vivos los momentos de cuando era muy pequeño, no sólo a una edad, a diferentes edades y le recordé del lugar del jardín donde nos sentábamos para hacer planes de lo que sería cuando grande, también del árbol donde armé mi radio para practicar la radio afición, y ahora que soy grande se me escurren las lagrimas de sólo pensar en eso, pero no con la tristeza de haber fracasado, sino con la alegría de haber seguido el camino trazado en los momentos de ensueño, cuando le comentaba mis planes y él muy calladito me miraba y movía la cabeza como afirmando que tenía razón y que cuando algo me fallaba él me consolaba con una palmadita y diciendo, no seas cobarde con una oración al Niño de Praga se soluciona tu problema y si es más grave tienes el apoyo de la Virgen María Auxiliadora y cuando estaba en la adolescencia, Don Bosco, Domingo Sabio o Seferino Namuncurá.
Bueno ya hemos completado una sesión de cariños, ahora continuemos el experimento y usemos la memoria virtual para introducirnos a los lugares en los que posiblemente podamos encontrarnos con personas que tienen que ver con el lugar, nos acercamos a un espacio de circuito impreso y como por arte de magia nos encontramos en la carrocería de un camión, con una cantidad de otras personas casi todas aymaras, de pollera, las mujeres. De chulos y ponchos, los hombres. Estábamos recorriendo el altiplano, pero ya descendiendo por un camino con muchas curvas y precipicios y al ver las montañas reconocí, a un lado el Waina Potosí y al otro lado el Illampu, con eso me di cuenta que nuestro viaje era descendiendo a Sorata. El tiempo de recorrido fue casi instantáneo y llegamos a una curva donde se divisaba el río, con agua muy cristalina y la casa que había sido de mis antepasados, ya estaba muy deteriorada, pero todavía se distinguía que en un tiempo había sido de tres pisos, estaba a mano izquierda del camino y no tenia vecindario, estaba sola y hacía el camino sólo se presentaba un piso, tenía una galería con horcones y un palenque, como para que los que llegaban puedan atar sus caballos. A mano izquierda, se veía una entrada con puerta de vidrios y unos ventanales a la izquierda y derecha mayor cantidad, a este lado hasta llegar a un portón que al abrirlo mostraba un gran pasillo con piso de tablones de madera, que por sus rendijas permitía ver el mismo pasillo del piso de abajo, tenía puertas a ambos lados del pasillo que comunicaban con algunas habitaciones, en la primer habitación había un espacio que representaba ser la sala de estar con muebles muy viejos y deteriorados, en otra de las habitaciones estaba un dormitorio con una cama muy ancha y con volados que colgaban de una armazón de madera, habían otros muebles y uno que me llamó mucho la atención, porque en la parte de abajo tenía una gran jarra de fierro enlozado y encima de la mesa un bañador, también de fierro enlozado, con un diseño de flores muy agradable a la vista y porque no decir artístico, en la parte inferior del mueble se encontraba un bacín con la mismo decoración del gran jarrón y el magnifico bañador y para rematar ese mueble tenía un espejo con una luna tan perfecta, que cuando te mirabas a ella daba la ilusión que era otra persona que te miraba desde el interior del mueble. También había un gran ropero de tres cuerpos y que en la parte superior tenía un capitel labrado en una madera muy negra que denotaba un gran dureza, en la parte inferior de ese muebles se encontraban tres cajones, que en ellos se encontraban revistas de modas de años muy lejanos, que mostraban vestimentas parecidas a las que usan mis bisabuelas. En el interior del ropero se veían algunos estantes para acomodar la ropa pero estaban vació, salvo en uno de los cuerpos que se veían unos vestidos comidos de las polillas y un gran abrigo largo con un cuello de piel muy negra y tan suave que te estremecía al tocarla.
Después de esa habitación se podía salir a un gran balcón o pasillo al cual tenían acceso todas las habitaciones que poseían una puerta venta de vidrio y una ventana de dos hojas a un lado de la puerta, los tumbados o cielorraso, eran de chuchio o lo que también se llama caña hueca o carrizo, eso se notaba porque en algunas partes habían perdido el revoque a causa de las goteras y el techo con una buena inclinación era de teja colonial , el pasillo del que hablaba hace un momento, que estaba en el tercer piso tenia vista al río, el piso era de tablones de madera con un pasamanos firme y con balaustres también de madera, pero el tiempo le había quitado la pintura o el barniz que alguna vez tuvo y en su lugar quedaron las astillas de una madera muy dura. Tenía un lindo paisaje, porque no sólo se podía ver el río que parecía que formaba parte de la propiedad sino que se veían las montañas muy cerca, con una vegetación muy bonita, incluso se podrían distinguir alguna flores. A mano derecha al fondo del pasillo, se encontraba una letrina mal oliente que estaba después de pasar una puerta de dos hojas, para poder usarla se debía pisar un escalón y el asiento estaba como en una tarima, debajo se veía los chanchos que eran los que se alimentaban de los excrementos, no me gusta pensar en eso, pero no queda otra alternativa para poder hacer descripción casi completa de la casa, casa que alguna vez fue de uno de mis parientes maternos directos. En los tiempos que fue construida la casa debió ser algo imponente porque se destacaba de otras construcciones de la zona.
Después de haber hecho ese paseo y al no escuchar ninguna opinión de mi amigo me animé a preguntarle: – “te comiste la lengua”, él sonrió y me dijo: –Cómo quieres que hable, si vos acaparaste la conversación y te has comportado como tu padre o tu abuela Eloísa, –Bueno te pido disculpas y ahora te doy la opción de que seas vos el que me guié por alguna otra casa. –Te puedo decir que casa, pero prefiero que sigas vos porque es una forma de que ejercites tu memoria para cuando te toque plasmar en el papel todo lo que estamos haciendo. –Podíamos visitar la casa de los Indaburo, donde vivía la abuela Clementina. En un abrir y serrar de ojos estuvimos en San Pedro, en la calle Nicolás Acosta y la transversal que no recuerdo el nombre (creo que Otero de la Vega), pero que si no me equivoco es paralela a la Héroes del Chaco. El portón era de fierro forjado, con el aspecto de muy antiguo y señorial, era una reja muy ancha y después de abrirla habían algunos peldaños que subir, de una piedra cortada parecida a los adoquines de las calles, tenía muchos árboles grandes que si no me equivoco eran pinos, a mano izquierda se notaba lo que alguna vez fue un jardín bonito pero estaba muy descuidado y eso rodeaba una gran casa de aspecto muy importante. Avanzando por esa calle interior, que a un lado tenía una barda y a mono derecha un cerco que delimitaba lo que era el jardín y separaba de la casa. Casi al fondo y después de una barda se presentaba una reja de listones de madera, al abrir se observaba, a mano derecha un pequeño jardín y la izquierda una vereda de mosaico con algún diseño, la primer puerta era el ingreso a la casa a la sala de estar, pero continuando por esa vereda se llegaba a un patio, para llegar al cual había que subir una gradas, ese patio también era de mosaico y era como una terraza. A mano izquierda había una puerta que daba acceso a una gran habitación donde había una mesa que si no me equivoco era redonda u ovalada, también había un gran sillón, varias sillas y al fondo se distinguía un ventanal que colindaba con un pasillo externo, o lo que se llama un callejón.
Una vez concluido ese paseo, que fue muy corto, como corta era la casa, le pedí que nos trasladáramos a la casa en la cual he vivido mis primeros años y en la cual nos conocimos con mi amigo el Ser Chiquito y que de todos los lugares que habité, es el que me trae los mayores y mejores recuerdos, allí pasé las primeras veladas familiares, allí hice mis primeras travesuras, allí soñé mis primeras ilusiones, forjé los planes que a fuerza de pensarlo se lograron, también es la casa donde sentí la primer tristeza, enterrar el canario, enterrar el perro, “Petiso”, o velar a la abuela Mercedes, pero también convivir con el mono “Martín”, las tortugas, los tordos, los cardenales, la oveja merino, amamantar a los chanchitos, leer mis primeros cuentos infantiles, Caperucita Roja, Blanca Nieves, el pirata Barba Roja, el Corsario Negro, y también mis primeros libros serios, Don Quijote de la Mancha, o la primer enciclopedia que pude ojear “El Tesoro de la Juventud”, o libros como “Urbanidad de Carreño”. Compartir con mis tíos Jorge, Eduardo, Lucho, Blanca, Yola, Imar, con mis primos, Patricia, Imar, Ariel, Elizabeth, Gloria, Eduardito. Creo que esa casa, esa gente y esos hechos son los que han formado lo que es hoy mi personalidad y muchos de los ejemplos que seguí y que sigo, tuvieron su origen en esa casa y esas personas. La abuela Mercedes y sus hijas y sus hijos muy especialmente tío Jorge, me dejaron la señal del cariño expresivo, ellas me enseñaron a querer y expresar mis sentimientos de la forma que lo hago ahora, desde luego que mi madre también tiene mucho que ver, pero mucho que ver con eso. La abuela Eloisa me enseño educación y urbanidad y me infundió la fe en Dios, aprendí a rezar, incluso oraciones que ya no se rezan más como el Ángelus – “El ángel del señor anuncio a María y ella concibió por obra del espíritu santo…”, o las famosas letanías que se rezaban después del Rosario vespertino, también aprendí los misterios que acompañaban al rezo del rosario, como los misterios dolorosos, gozosos o gloriosos. También aprendí el respeto por la Virgen del Rosario, Santa Roza de Lima o San Martín de Porres, o la clasificación de los Ángeles en Serafines, Querubines, Arcángeles y Ángeles. El ejemplo de mi abuelo, creo que es lo que más marcó mi personalidad, de él aprendí, el orden, el respeto, el trabajo y una serie de otras virtudes que algunos consideran mañas. En esa casa escuché las canciones que hasta ahora recuerdo con cariño, como: “luna lunera”, los tangos de Carlos Gardel o el violín que tocaba el coronel Wiger, que era un solo de Vivaldi o las Shardas.
La casa está situada en una esquina Abdón Saavedra y Chaco, el nombre de esta calle lo puso mi abuelo, porque cuando se fueron a vivir en ella, no tenía nombre. Había dos entradas, una por la calle Chaco que estaba a más o menos 30 metros de la esquina, era una reja de madera pintada de verde que dejaba entrever todo el interior. Aunque la barda perimetral de todo el terreno era de adobe, interiormente tenía una cerca de pino que era más alto que la barda de barro y no sólo había esos árbol del perímetro, en la parte que continuaba hasta el final del lote sobre la calle Chaco, estaban en todo lo que colindaba con el Coronel Wiger (un argentino radicado en Bolivia y que vivía con la Señora Concha Ibáñez, que tenía dos hijos Tito y Elva). Para ingresar por la puerta de la Chaco, se debía subir un peldaño, el mismo que servía como contención del agua, que tenía mucho caudal cuando llovía y para que no se entre a la casa. Luego había un descanso, que bajando un peldaño continuaba con el pasillo hasta una escalita que era la enreda principal de la casa, pero si subías a la derecha dos o tres peldaños, estabas en el patiecito interior que colindaba con la cocina y el comedor de diario. La escalinata de ingreso a la casa, poseía pasamanos de cañería galvanizada y pintada de verde. Al llegar al holl de entrada, donde se forma una especie de balcón, con un masetero siempre adornado de amapolas y pensamientos. La puerta de acceso a la casa era de dos hojas y al pasar se llegaba a un pasillo que era un poco mas ancho que la puerta y que tenía a un lado un perchero y un sillón, después del sillón venia la puerta de ingreso al dormitorio de los abuelos y a continuación un mueble para la guía de teléfono y un maceta de una enredadera que se llama: llorona, una parte de ella, estaba en ese ambiente y otra parte pasaba al solario que estaba a continuación, al frente de la puerta del dormitorio estaba la puerta de ingreso a la sala que estaba separada del comedor con una gran puesta de vidrios esmerilados y biselados, que separaba ambos ambientes.
Es una exageración seguir detallando todo lo que veía en mi caminata por el interior de la casa y podría describir con lujo de detalles todo el mobiliario, adornos, cuadros incluso las prendas que estaba colgadas detrás de las puertas, los adornos, los manteles los tapices, los recuerdos, las jardineras del solario el color de las violetas de los Alpes, o la hortensia que en una gran maceta de madera estaba junto a la puerta, que dividía el solario de el otro ambiente, donde estaba el dormitorio de la abuela Eloísa y la gran puerta de salida, etc. También me recuerdo del dormitorio de las tías, Blanca y Yola y el dormitorio del tío Jorge (Coco), la despensa pasando el dormitorio chico, la cocina y el comedor de diario.
De la misma manera podría describir los jardines, con la posición que tenía cada no de los árboles frutales, manzanos, guindas, ciruelas, y los rosales. Podría describir todo, hasta con el color de las flores y la cantidad de cada una de ellas, realmente es sorprendente la capacidad de percepción que te brinda la inteligencia virtual y el programa que maneja esa ventaja que brinda el computador.
Ya tendré oportunidad de continuar escudriñando mi pasado, en busca de donde vengo para poder ver si el camino seguido fue el que trace en esos cortos años de mi infancia, por lo menos hasta ahora veo que se han cumplido mis planes.
Miguel Aramayo
SCZ. 12-10-2004